jueves, 2 de julio de 2009


Ando por un camino eterno, en el que veo fantasmas de gente que llora; se que no puedo tocarlos, quizás sea yo el fantasma. La calle por la que transito, entre los llantos de personas, que no se si están ahi, se hace muy pesada porque el equipaje que porto es más de lo que mi alma puede resistir. Entonces veo su cara, su hermosa sonrisa llena de satisfacción. Va justamente delante de mi encendiendo cada luz a la que me acerco; pero lo suficientemente lejos para que no vea su rostro. No importa, todo mi cuerpo hace un esfuerzo y consigo articular su nombre, es solo un susurro pero se que lo digo. “Loki”. Despierto, mis ojos siguen vendados para que yo pueda ver, mis cadenas siguen aprisionando mi cuerpo para poder moverme y los ganchos siguen desangrándome para poder vivir. Pero algo es diferente, él esta aquí, saboreo su hedor en el aire, mis oídos oyen su presencia. No es como los demás, él no se jacta de verme desde fuera como los otros. Se que están viéndonos, pero solo me preocupa uno de ellos que nos ve desde las sombras, creó este juego, pero sabe que esta vez es diferente, tiene la certeza que esta vez desconoce el final. Se que Loki sonríe, puedo verlo en mi mente, se que le gusta torturarme con fantasías. No me toca pero me destroza, esta vez notos sus manos en mi pecho y se hunden atravesándome, desgarrándome, empieza a buscar en mi interior, entonces sus manos sujetan fuertemente lo que buscaban, tiran de él hasta sacarlo por completo. Soy yo, me veo frente a mi, estoy en los dos sitios a la vez, pero solo en conciencia y en ninguno de los dos casos puedo moverme. Loki me da algo, me pone en las manos una barra de acero. La blando unos segundos en el aire antes de empezar a golpear ese cuerpo encadenado en el que yace mi conciencia y desde donde veo todo como un espectador impotente. Los golpes no tienen nada que ver con el dolor que conozco, es algo completamente diferente. Para poder sopórtalo aprieto los dientes y corto con ellos mi lengua, mi boca se llena de sangre y el trozo mutilado cae al suelo. Ya dan igual los golpes, sólo siento el calor de mi propia sangre dentro de mi boca y busco consuelo de un dolor en otro. Sólo deseo el descanso por fin, es más, imagino la lapida que me cubrirá, sin inscripciones, sin marcas, sólo una losa que me selle del mundo exterior y a él de mi. Y lo noto, noto su frió abrazo, veo la oscuridad total a mi alrededor, la gran lapida se cierra sobre mi para custodiarme como un fiel guardián. No hay más, sólo la nada, el descanso del no ser; pero antes de zambullirme en el deleite de la desaparición una frase se dibuja en mi mente con letras brillantes, que reza “el que muera, que muera bien”.

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